18 de octubre de 2010

Entender

Nunca entenderé por qué la crueldad injustificada se denomina sinceridad.
Ni por qué la baja autoestima se llama falsa modestia.
Ni por qué la vanidad encubierta es tratada como quererse a uno mismo.
Ni por qué las sonrisas mezquinas se autoproclaman diplomáticas.
Ni por qué la bondad de corazón se interpreta como hipocresía.
Ni por qué la necesidad de llamar la atención se llama carisma.
Ni por qué la ignorancia se cree sencillez.
Ni por qué la inteligencia se adjudica por defecto la genialidad.
Ni por qué las mentiras dejan de serlo sólo porque no pretendían herirte.
Ni por qué la autocompasión es proclamada víctima de la realidad.
Ni por qué los cobardes son precavidos y los valientes suicidas.


Ni por qué tantas y tantas veces las palabras son mudas y los silencios sentencian.

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