17 de mayo de 2010

Todo lo que podriamos haber sido tu y yo, si no fuesemos tu y yo

Me gusta dormir, quizá es lo que más me gusta en esta vida.
Y quizá me gusta tanto porque me cuesta mucho conciliar el
sueño.
No soy de esos que tan sólo con meterse en la cama se
duermen. Ni tan siquiera consigo dormirme en un coche, ni
en una silla de un aeropuerto, ni estirado en la playa medio
borracho.
Pero después de la noticia que había recibido hacía pocos
días, necesitaba dormir. Desde pequeño he pensado que dormir
te aparta del mundo, te hace inmune a sus ataques. La
gente sólo puede atacar a los despiertos, a los que están con
los ojos abiertos. Los que desaparecemos en medio del sueñosueño,
somos inofensivos.
Pero me cuesta llegar al sueño. Debo confesaros que
siempre he necesitado una cama para dormir, y aún diré
más, mi cama. Por ello siempre he admirado a aquella gente
que a los dos segundos de colocar su cabeza sobre cualquier
tipo de superficie se queda completamente dormida.
Los admiro y los envidio...
¿O acaso puedes admirar algo que no envidias?
¿O puedes envidiar algo que no admiras?
Yo siempre necesito mi cama, creo que es una buena definición
acerca de mí, bueno, quizá acerca de mi sueño. Además,
pienso que tu cama, perdón, corrijo, tu almohada, es el
elemento más importante en la vida de una persona.
A veces me han hecho esa pregunta tan inútil: ¿Qué te
llevarías a una isla desierta? Y siempre pienso: mi almohada.
Aunque no sé por qué acabo diciendo: un buen libro y un
excelente vino, utilizando siempre estos dos adjetivos tan
poco acertados.
Y lo cierto es que tardas años en hacer tuya una almohada;
cientos de dormidas para darle esa forma tan especial que
la define y que tanto te atrae y te lleva al sueño.
Al final, sabes cómo doblar la almohada para conseguir el
sueño perfecto, cómo girarla para que la temperatura no sobrepase
la que te gusta. Incluso sabes cómo huele después de
una buena dormida. Ojalá pudiésemos saber tanto de las personas
que amamos y duermen a nuestro lado.

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