31 de octubre de 2012

Tetris


Desde su creación en 1984 por el científico soviético Alekséi Pázhitnov, se han vendido más de 100 millones de copias de Tetris en todo el mundo y es considerado por algunos el mejor videojuego de todos los tiempos. Los efectos que produce sobre el cerebro han sido estudiados desde muchos puntos de vista, desde la forma en que se acomoda el rendimiento cerebral a medida que se aprende, hasta dar su nombre a un efecto psicológico. El conocido como "efecto Tetris", por el que la mente del usuario continúa colocando las piezas durante el sueño, se ha utilizado incluso para mejorar la situación de las víctimas de estrés post-traumático, pero ¿dónde está el secreto de su éxito?


El psicólogo Tom Stafford, conocido por su web 'Mind Hacks', analiza en un artículo para BBC cuáles son las circunstancias que hacen de Tetris un juego irresistible para nuestro cerebro. En su opinión, el factor más importante es que Tetris "toma ventaja del placer básico que experimenta nuestra mente cuando ordena cosas, y lo utiliza contra nosotros".


Cuando lanza incansablemente fichas desde el cielo para que las coloquemos, lo que está haciendo el videojuego es crear infinitas tareas sin acabar que captan irremisiblemente nuestra atención. Cada acción del juego, explica el psicólogo, nos permite resolver una parte del puzle, llenando fila tras fila para que vayan desapareciendo, pero sigue generando nuevos problemas que nos pueden llevar horas. "La misma satisfacción que produce rascarse", asegura Stafford.

Otros videojuegos explotan la misma tendencia humana a ordenar cosas, como en el caso del billar, pero solo Tetris convierte esta labor en interminable y parcial. En los años 30 el psicólogo ruso Bluma Zeigarnik reparó por primera vez en este fenómeno al fijarse en las costumbres de un grupo de camareros de un concurrido café: eran capaces de retener hasta 12 peticiones distintas con todo detalle, pero una vez que lo habían servido lo borraban para siempre de su cabeza.

Este fenómeno, bautizado en los libros de texto como el efecto Zeigarnik, es el mismo que se produce, según Stafford, en los concursos de televisión. Uno puede no tener el menor interés sobre en qué año se fundó la BBC, pero una vez que se formula la pregunta resulta extrañamente irritante no saber la respuesta y la cuestión permanece clavada en nuestra mente hasta resolverla.

Lo que ocurre con el videojuego Tetris es que explota este fenómeno de una manera continua. Cada uno de los bloques que cae del cielo son al mismo tiempo un problema y una potencial solución, y nuestro cerebro tiene escasos segundos para decidir qué cinco teclas de los controles debe tocar para arreglarlo. Una posible explicación para el efecto Zeigarnik, razona Stafford, es que la mente está organizada para perseguir metas. Una vez que conseguidas, nuestra mente fija la atención en otro problema. Como si fuera un parásito cerebral, Tetris coloca un problema tras otro y nos hace caer en la trampa por el extraño placer que produce poner orden, aunque sepamos que el objetivo del juego no conduce a ninguna parte.

30 de octubre de 2012

El mar

No es que la vida en tierra me resulte desagradable, pero la vida en alta mar es francamente mejor.

28 de octubre de 2012

Sparrow

Esto explica el por qué a vela, pero no el tamaño de la embarcación: "...hay otro factor que inclinó la balanza a favor del Sparrow: la sensación de navegar en un barco pequeño. Dan y yo habíamos viajado desde Miami hasta West End, en las Bahamas, en un precioso Alción de menos de tres metros. En plena corriente del Golfo, parecía como si nuestro intrépido cascarón de nuez se lanzara una y otra vez en brazos del viento desde la cresta de olas de dos metros de altura. En realidad, nosotros navegábamos sobre las cabrillas que forman esas grandes olas. Cuando uno esté tan cerca del agua, cuando llega a sentir incluso las arrugas de su piel, como si fuera una astilla o una botella a la deriva, entonces, contra toda lógica, el mar se convierte en un lugar acogedor."

27 de octubre de 2012

No hay futuro

Desde que nacemos nos dicen lo que hacer
jodidos cabrones no tenéis ni idea de
que nacemos libres y libres queremos ser
me cago en la ostia lo conseguiré.
Imponer vuestras leyes y vuestra educación
siempre jodiendo lo que más nos gusta hacer
quienes sois vosotros para decirme a mi
lo que está mal y lo que está bien.
No me importa lo que digan los demás
quiero vivir al margen de la ley
sabotear tus leyes y ser un delincuente
reírme de las calles y sus perros guardianes.
No conseguiréis detener mi rebeldía
lucharemos día a día hasta el fin de nuestras vidas
no seré uno mas de tu absoluta mayoría
engañas a la gente con un falso futuro.

26 de octubre de 2012

Mi viejo

"—Oye, si vamos a escribir un libro sobre la travesía, tendremos que buscar un lado heroico.
"—¿Y si dijéramos que éramos espías?
"—Ya lo había pensado, pero entonces me vería obligado a matarte.
"—Y cuando tuvimos que hinchar el bote soplando?
"—Papá, queremos que nos consideren héroes, no imbéciles."

14 de octubre de 2012

Kamikaze


'Kamikaze' significa en japonés viento divino. No está mal nominado este cóctel, ya que si te bebes media docena de 'kamikazes' te puede entrar un siroco que te dé una ganas irrefrenables de cargar contra el camión de la basura con una bombona de butano al hombro y al grito de 'banzai'. Es uno de esos tragos ante los que conviene ser previsor: si se augura que van a caer unos cuantos es conveniente apuntar antes con letra bien legible la dirección de casa para dársela en su momento al taxista.

El 'kamikaze' es uno de los numerosos cócteles con el vodka como protagonista. Parece ser que tuvo su origen en las playas de California entre la muchachada aficionada a cabalgar olas, que sabría mucho sobre los Beach Boys y los bikinis de Ann Margret, pero no de cócteles.

El vodka es una bebida que está bien para los cosacos de la estepa, no tiene más que alcohol, no sabe a nada. Así que, claro, combina bien hasta con la leche condensada. Y es dañino y traicionero: si te pasas con él te corta las piernas como un puñetazo en el hígado. Me sucedió esto con un conocido director de cine cuyo nombre no revelaré para no empeorar su reputación. Comimos juntos en un restaurante ruso que había en la plaza de la Paja, en Madrid. Al cineasta se le ocurrió la idea de que regáramos la comida sólo con vodka, le parecía más auténtico. Como soy un chisgarabís, acepté. Nos soplamos botella y media de Stolichnaya helado. Vasito a vasito que nos iban encadenando invisiblemente a las sillas. Tras pagar la cuenta, no nos sentíamos demasiado trompas, pero al ir a levantarnos, volvimos a sentarnos. Lo intentamos de nuevo; fue un buen intento.

Los rusos, como tienen por costumbre, fueron amables: nos dejaron quedarnos un par de horas más en vez de arrastrarnos hasta la calle y nos pusieron el samovar en la mesa para que nos ahogáramos en té. Pasado ese tiempo, recuperamos la posición bípeda y atinamos con la puerta a la primera. Para el habla, tardamos algo más.