Tengo la maldita mala costumbre de aferrarme a todo, como a un clavo ardiendo. Tengo el defecto de vivir en el pasado, de no poder olvidar, de vivir de lo que pudo ser, de lo que nunca fué, de lo que yo hubiera querido que fuera, de lo que mi bendita e incombustible imaginación hizo que "ocurriera". Hace tiempo que decidí que ya no podía seguir ocultandome tus defectos. Que los tienes, como los tengo yo. Hace tiempo que decidí que, puesto que yo ya no era más que algo secundario, reemplazable, intrascendente, trivial, insignificante, pequeño, mísero, menudo para tí, tu no debías ser nada más que eso dentro de mi pequeña burbuja. Que ya no me hacías falta, porque habías soltado mi mano justo en el momento en el que más necesitaba algo a lo que aferrarme.
¡ Maldita sea ! ¡ No merecías mi pena ! No merecías todas las noches que había pasado ahogando mis aguaceros de menta, abanderada de las almohadas mojadas, súbdita de tus decisiones. Y aquí estoy, nombrandote de nuevo, sabiendo de mi necesidad, renegando de ella.
Ahora tengo miedo. Rehuyo de todas las manos que se me brindan, porque tengo verdadero pavor a necesitarlas más adelante, y a perderlas en un descuido tonto.
Mil voces retumban en las paredes de mi cabeza, mil ecos que me dicen... no son para ti, no te las mereces...
Cuando no tienes nada que perder, no tienes miedo a perder nada.
... que sabrás tú de lo que yo siento...
si nunca estubiste para ver rodar las lágrimas cuando te ibas.
Y a quien si estubo, tengo tanto miedo a perderle que ni siquiera quiero tenerle cerca.
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