Tengo un tarro muy grande guardado en la trastienda de mi mente. Allí se esconden mis deseos, protegidos del mundo. Hay veces que lo destapo, para meter alguno nuevo o para recordar alguno pasado. Otras veces parece que se vacía, pero no es más que un espejismo, y a la mañana siguiente sigue estando lleno.
Los conservo y los hago crecer, y ocasionalmente, sólo cuando el destino y yo apostamos al mismo número, consigo cumplir alguno.
Me gusta tenerlos cerca, observarlos, regocijarme con ellos. Chocan unos con otros y a veces incluso parecen reir. Unos se contradicen y otros suspiran, o se quedan agazapados en un rincón, temiendo no estar a la altura de las circunstancias.
Pero si hay algo que me gusta es que por mucho que dude, siempre siguen ardiendo, vivos, llenos...
Ni siquiera la desesperanza ha conseguido destruirlos.
Y es que la última ilusión es pensar que se han perdido todas las ilusiones...
No hay comentarios:
Publicar un comentario