Por una vez, me despierto y me doy cuenta de que estoy en guerra con el mundo y no conmigo.
Y no con el mundo en general, sino más bien con el mundo en particular. No es enfado, es cansancio.
Cuando a veces se rebosa cierto nivel de paciencia, es inevitable que el vaso se derrame.
Cansado de hipocresías, de palabras que creen que quieres escuchar, cuando no es cierto. De frases vacías, moderadas, que en realidad no dicen absolutamente nada, pero que son una invitación a mantener un compromiso implícito y tácito que resulta estúpido. Cansado de dar explicaciones, de justificarme constantemente, de pedir disculpas por decir lo que pienso, lo que siento, lo que creo, y hasta lo que invento. Cansado de no llegar a ser todo lo consecuente conmigo mismo que debería por acabar arrastrado a un círculo vicioso de visitas obligadas y saludos formales, que te acaban convirtiendo en un hipócrita más. Cansado de "como siempre", cansado de las frases fugaces y efímeras, de las cortinas de humo, de las mentiras veladas , de las sonrisas caídas que no dicen nada. Cansado de la tolerancia y las miradas por encima del hombro que pasan por palmaditas en la espalda. Cansado de incongruencias, de apariencias, de falsedades, de máscaras y puñaladas por la espalda. Cansado de ser parte de un teatro de marionetas del que no quiero participar.
Así que me bajo en la próxima estación y cambio el rumbo.
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