Sigo buscándome. Sigo encontrándome. Sigo perdiéndome. Sigo asombrándome. Pero, por encima de todo, sigo intentando dilucidar quién soy.
Cuánta razón tienen los que afirman que uno nunca deja de sorprenderse. Si es que en el fondo ni siquiera nosotros mismos nos conocemos una mínima parte de lo que desearíamos. Es cierto, la vida no deja de asombrarme. Yo no dejo de asombrarme. Y el exceso de información me bloquea algunas puertas por las que no quiero salir, pero por las que tal vez debería asomarme. No tener miedo también tiene sus inconvenientes...
A veces me descubro pensando en voz baja, tachando pensamientos de mi larga lista sin tener claro si el avance está en abrir la boca o en dejar que pase todo. Sigo tratando de alcanzar el dichoso equilibrio, con la sensación de tranquilidad que da el no contradecirse demasiado.
Pero otras veces, como ahora, una parte de mí se siente tan inevitablemente sola en su conciencia, y que lo va a seguir estando por mucho que se rodee de gente.
Lo único esperanzador del caso es que ya no duele. Pocas cosas pueden doler ya. Sólo queda ponerse la sonrisa de inmunidad...y seguir adelante.
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