Me he mordido tanto la lengua que empiezo a no reconocerla. Son tantas las cosas que pienso, que decirlas ya ha dejado de tener sentido, y mi cabeza se ha convertido en un hervidero constante de preguntas y respuestas condenadas a desintegrarse por inexistencia de un interlocutor válido.
No soy capaz de desconectarme, ni siquiera de relajarme o descansar como debería, por eso busco una vía de escape drástica, porque se me han acabado los argumentos con los que hacerme callar.
Cíclicos. Volviendo siempre a un punto de retorno ya conocido, que incluso nos parece el mismo pero que no es igual. Girando sobre nosotros mismos como peonzas incontrolables que acaban parándose cerca de una pista de aterrizaje con nombre de estación de paso.
¿Dónde empieza lo que quiero y acaba lo que debo? ¿Dónde dejé de ver la señal que me guiaba hacia delante con seguridad? ¿Dónde olvidé los cristales de colores que me permitían ver la luz nítida del otro lado? ¿Por qué han regresado los ojos empañados y las ganas de huir lejos? ¿Dónde se han metido las premisas que ayer eran tan válidas y hoy no sirven para nada?
No hay oscuridad, ni sombras, ni abismos, ni siquiera miedo. Sólo el remolino permanente de lo conocido tirando de mis piernas, y mi firme voluntad de seguir caminando hacia otro lado.
Mi brújula ha vuelto a desafiarme, y en dias como el de hoy, me cuesta mucho volver a nadar contra corriente....
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