"En aquella època tenía un amigo que se llamaba Anton, Adam o Arthur Stickler. Un día su padre lo pescó masturbándose y con cara muy seria le dijo:
—Si lo haces cincuenta veces más, morirás.
Mi amigo se quedó horrorizado.
Por miedo, no volvió a masturbarse hasta que la necesidad se hizo demasiado grande. Se hizo un calendario de rayitas, como los presos que cuentan sus días de encarcelamiento. Primero se masturbaba dos veces por semana, luego una vez por semana, luego una vez al mes. No servía de nada. De pronto llegó la vez cuarenta y nueve. Se atormentaba, las fantasías más sofocantes lo invadían. Finalmente no pudo resistirlo más. Pero antes escribió una carta de despedida a sus padres explicándoles cómo había luchado, y que ahora iba a enfrentarse con la muerte y les rogaba que lo perdonaran. Firmó 'vuestro hijo'. Metió la carta en un sobre y la pasó por debajo de la puerta del dormitorio de sus padres. Después, avanzó hacia su último acto...
Naturalmente sobrevivió. Y desde aquel momento no creyó a su padre ni una palabra más. Como un reguero de pólvora, la historia se propagó por nuestra clase. Durante el recreo nos encontrábamos en los lavabos y la conclusión común era: ¡los padres mienten!¡Abajo con ellos!¡Viva el onanismo!. Y en aquel delirio anárquico, uno de nosotros sacó un cigarrillo aplastado del zapato y lo fumamos triunfantes entre todos, pasándonoslo de uno a otro.
(p. 32, Karasek, Hellmuth, "Billy Wilder, Nadie es perfecto", Grijalbo, Barcelona 1993)
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