18 de noviembre de 2010

La negación de mi misma

Mariana quiere ser canción y yo quiero ser Mariana para convertirme en una canción alada que escape a un cielo de nubes densas que formen barcos, y estrellas, y corazones flechados, y música para mis oídos.

Pero yo no soy Mariana; y Mariana -por más que desee ser canción- no pasará de ser la burda musa que convida al autor a escribir la letra, a desnudarla con la mirada y con el verbo palpitante. Yo no soy Mariana, y las únicas nubes que abrazo son las que miro tirada sin rumbo ni dirección sobre el muro al lado de la playa. No deja de ser agradable la sensación de perderse en ese extenso azul y blanco que se confunde en el infinito.

Ellos ocultaban sus juegos detrás de los árboles del parque. Escondidos de la luz y la policía que aburrida a esas horas de la noche buscaba alguien con quien entretenerse. Esa noche ellos fueron los elegidos y los hombres disfrazados de azul y de ley confundieron las fronteras. Ellos eran ellas con un sexo que no desearon tener. Ellos eran chicas inocentes sin agujeros que violar, ni corazón. Eran hombres que se enamoraban de otros hombres. Ellos eran yo. Y como solidarizada con su causa con ellos me sentí ofendida y vejada. Menospreciada. Confundida.

Recordé mis primeras tardes en una casa que no era la mía, con un chico paciente que me amó desesperadamente. Amó todo lo que dejé amar. Besó todo lo que dejé besar y fingió pertenencia, cuando sabía que yo nunca sería de nadie. Aquellas tardes parecen lejanas. Las noches oscuras, su mano cubriendo la mía. Su pecho impúber a su veintena, sus dientes blancos. Aquellas noches también se me antojan lejanas.

La sexualidad calidoscópica de esos hombres era la mía. Y por mi mente pasaban los rostros y los torsos de hombres desnudos que, durante un par de minutos, se confundieron en mi alma con el amor de mi vida. Los aventajados acudían veloces a mi mente, los más torpes llegaban igual de rezagados a mi memoria y con todos llegaba la estela de sensaciones inconfundibles. Supongo que es graciosa la facilidad emocional de guardar olores, sabores, caricias. Y descubrir en ellos situaciones y personas.

Mis dos grandes amantes aun están ahí, a pesar de la distancia y los años separados. A pesar de mi celibato confundido, a pesar de mi amor a mi misma y de mis sensaciones detrás de las ventanas. Mi gran amigo, mi gran placer. Y lo extraño de mi vida, el menosprecio confundido en caricias




Escrito por Zoila C.U.

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