2 de noviembre de 2010

Creer

Hubo un tiempo que envidiaba a la gente que podía creer. En la vida, en Dios, en las energías, en cualquier cosa que llegado el momento les ayudara a seguir adelante, a confiar, a cerrar los ojos y no sentir miedo.

Reconozco que estaba totalmente convencido de que esas personas partían con clara ventaja y sentía que la vida me había traicionado por no haberme dado a mí la posibilidad de creer en algo por encima de mi mismo a lo que poder aferrarme en los momentos de desesperación. Ellos tenían en su poder una tabla salvavidas donde podían descansar cuando se encontraran perdidos en la nada. Ya tenían algo a lo que agarrarse, aunque fuese un clavo ardiendo. Sin embargo, ¿qué tenía yo? ¿Por qué razón no podía creer en nada? ¿Por qué no podía tener esa cuerda a la que sujetarme para salir de la desesperanza?

Pues si, envidiaba esa capacidad de creer sin hacer muchas preguntas, o incluso haciéndolas. Envidiaba la posibilidad de dejarse en manos de algo más allá de uno mismo. Envidiaba la idea de tener un punto de apoyo que sostuviera mi equilibrio aún cuando el mundo se me venía encima, cuando se abría un abismo a mis pies cada vez más grande.

Con el tiempo he ido descubriendo que solo tenía una posibilidad de creer en algo. Lo intento con todas mis fuerzas, una y mil veces. Pero solo en contadas ocasiones y de forma fugaz puedo llegar a vislumbrar el camino a lo lejos.

Y me esfuerzo incansablemente sin lograr todavía los resultados deseados, aunque quiero creer que cada día estoy un poco más cerca de conseguir acercarme.


Todavía no he conseguido aprender a creer en mí.


Todavía....

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