10 de mayo de 2013

Si algo nos han enseñado

Sí, algo nos han enseñado los ñoños: sólo si nos dejándonos envolver por el pensamiento, podremos captar los sentimientos. Abrumados por las sensaciones, la tímidez de los ñoños tiende a replicar en lo fortuito de casi todos sus encuentros la situación incómoda de la tía gorda que llega de vista y a la que le gusta dar abrazos y dejar marcados sus besos rojos frambuesa en la mejilla. Es propio del ñoño estar desposeído de su cuerpo, experimentar hasta la hinchazón ("que tía hincha, parece que te va a comer y con esa camisa celeste, vestida de globo") la fusión entre lo interior y lo exterior.
Adentro, los ñoños cuentan con un pendrive que les suministra la información que necesitan para saber cómo comportarse en sociedad. Hace días, asistí a un cóctel. Para saber si le estaba permitido servirse o no "un saladito", alguien al lado mío repetía a cada momento "¿Qué haría Juan Carr?".
Por fuera, el ñoño experimenta su sociabilidad como una búsqueda desesperada de diversos tipos de conquistas: una novia, un nuevo "conocido" (al ñoño le cuesta horrores decir que tiene amigos, se impone una rigurosa administración del empleo de esa palabra), vencer nuevos miedos.
El ñoño, los ñoños, todos nosotros, tenemos siempre miedos nuevos. De allí el irrefrenable afán cachivachero y coleccionista, reforzado por la nostalgia incontinente que sólo dan la vejez y algunas fases de la embriaguez.

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