22 de julio de 2009

Hablo por Boca de otros III

Allá donde vayas llevarás la ciudad contigo. Puede que sea calurosa y brillante, puede que sea húmeda y oscura, pero en el fondo es siempre la misma, un minúsculo puntito dentro de otro puntito minúsculo habitado por seres imperceptibles, versiones de un mismo modelo, infinitas recombinaciones de unos cuantos elementos químicos. En Madrid y en Edimburgo la gente baila la misma música y alucina con las mismas drogas, y busca lo mismo: sexo, amor, razones para aguantar una noche más. Dondequiera que vayas les podrás observar sincronizándose cuando suena la música, y quizá el ritmo no se origine en la melodía, sino que ésta libere un compás común a todos nosotros. Nuestros antepasados creían que al beber y al bailar cedían sus cuerpos a una deidad que los ocupaba. ¿Qué diferencia había en el fondo entre las bacanales y las saturnales, entre La Metralleta y Cream? En aquellos locales, adolescentes famélicos, oscuras radiografías de sí mismos, apuraban las noches a tragos, ensordecidos los oídos por la misma música enlatada y despedidas las plantas de los pies del contacto con el suelo, con la vida. Y yo cedía mi cuerpo a Baco, a Dionisos, a no sé quién, para olvidarme por un rato de que me va a tocar aguantarme durante todo el resto de mi existencia.

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