Realmente es dichoso aquel que es capaz de desentrañar las causas ocultas de las cosas, aquellos porqués, las razones secretas. Siempre que he sentido la luna iluminar sobre mis hombros y susurrar en mi oído los secretos de mis recuerdos, aparecen ante mí mis ataduras. Como cuando fui león, abalanzado sobre ti, intentando a cada segundo robarte el corazón. Ingenuo rufián, caí en la trampa, atraído por tu voz, al igual que el espejuelo atrae a la alondra. Que osado fue pensar poseerte…Si es qué no aprendo a ver que en lo que concierne a las relaciones, somos tan exigentes que las hacemos casi imposibles. Es tanto el espíritu doblegador de coerción inherente como la sobrada autarquía que mostramos, lo que al final lo entierra todo.
Si mi corazón no fuera masa de pan, caminaría junto a mi destino. Lo tendría todo: dirección, posición, orientación, alineación. Pero no, tengo que sentir ese delirio de ti y el único remedio es morir de amor y morir con mi armadura. Y mientras los ascetas, sabios y filósofos gritan a los cuatro vientos que olvide el apego y sea feliz, sin esperar nada de nadie, yo monto teorías imposibles de amor. En el fondo todos esos pensamientos eutanásicos, nunca consiguen que deje de desearte. No puedo morir para poder vivir. No puedo, y aunque digan que si no hay acción no puede haber decepción por la reacción, me niego a morir así. Porque se que si fuera así y en un instante apenas, sintiera de ti un suspiro de amor o una frase entre dos sonrisas, sabría que vuelvo a estar vivo. Todo y así no es dificil sentir un gran tormento a cada segundo al no olvidar que el tiempo quema las oportunidades, y lo hace por no cerrar la mano cuando debemos hacerlo.
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