No es lo mismo estar agradecido que ser agradecido. Cuando lo primero nos pone de momento y en relación a algún episodio que nos toca en situación de estar agradecido, lo segundo es un estado, que para ser tal debería ser permanente. Comprendiendo el estado de agradecimiento como una condición escencial del ser, es fácil suponer como el alejamiento de este estado nos permite el lujo de la queja y el lamento, o el de la visión negaria de la existencia, solo a partir de nuestras miserias síquicas. Y digo lujo porque es muy alto el precio que se paga por haber vendido al peor precio y al peor postor el más preciado bien.
Ante la ausencia de agradecimiento se padece la ingratitud, por omisión de acción o falta de presencia -con el resentimiento y la frustración que esto nos trae- y es así que una vez más se hace clara la necesidad de tener una disciplina filosófica como método para pensar las ideas en un contexto, como si esta fuese un cielo donde colgar las estrellas. Es difícil imaginar estrellas sin un cielo, pero nos es muy fácil vivir con ideas inconexas que no tardan en llevarnos a cualquier lugar de la existencia y lo que es peor lamentándonos y descreyendo de todo cuando las cosas se ponen incomodas.
El estado de ser agradecido es un verdadero estado de gracia, nos libera de la pretensión y nos torna humildes en la aceptación. Es un contexto de valores escenciales contra el que sopesar las razones de nuestro sufrimiento a diario.
Ser agradecido por que se es, porque se está, por que se va y se sigue yendo, porque en la posibilidad de ser lo que somos y estar donde estamos vivimos el milagro de la existencia y su infinita belleza. Mutable, incierta, caótica, pero infinita y bella.
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