Pero ahora sabía también que tenía que ir a Fantasia para sanar otra vez a ambos mundos.
Y el que ningún hombre conociera el camino se debía precisamente a las mentiras e ideas falsas que llegaban a su mundo como consecuencia de la destrucción de Fantasia, dejándolo a uno ciego.
Con espanto y vergüenza, Bastián pensó en sus propias mentiras. Las historias inventadas que contaba no eran mentiras. Eran otra cosa. Pero en algunas ocasiones había mentido de forma totalmente consciente y deliberada... A veces por miedo, a veces para conseguir algo que quería tener sin falta, a veces también sólo para darse importancia. ¿Qué criaturas de Fantasia había aniquilado, desfigurado y maltratado con ello? Intentó imaginarse cómo podía haber sido antes su verdadera figura... pero no pudo. Quizá, precisamente, porque había mentido.
En cualquier caso, una cosa era segura: también él había contribuido a que las cosas fueran tan mal en Fantasia. Y quería hacer algo por arreglarlas. Le debía eso a Atreyu, que estaba dispuesto a cualquier cosa sólo para buscarlo. No podía ni quería defraudarlo. ¡Tenía que encontrar el camino!
El reloj de la torre dio las ocho.
La historia interminable
Michael Ende
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