2 de marzo de 2011
Me llaman Suicida
Me llaman suicida. Tengo un gran respeto por el coraje de quienes deciden interrumpir su vida. Es el ejercicio último (y a veces desesperado) de la libertad: decidir si quieres seguir dando la batalla por sobrevivir o prefieres marcharte del escenario que es el gran teatro de la vida ordenando que caiga el telón sobre tus sombras. Nunca digas nunca, nunca digas de esta agua no he de beber: si las circunstancias resultasen propicias, yo podría eventualmente decidir que ya no tiene sentido persistir en el fatigado empeño de seguir vivo. Creo que una persona adulta debería ser libre de decidir si quiere seguir viva o quiere morir, y si quiere morir, creo que es justo y compasivo que pueda hacerlo en condiciones dignas y, en lo posible, exentas de sufrimiento. Por eso respeto a quienes van a una clínica suiza y pagan por morir de un modo discreto, elegante. Pero no soy un suicida. No lo soy al menos en este momento de mi vida. Nunca tuve mejores razones para seguir viviendo que ahora. Por eso no podría suicidarme ahora. La vida es ahora. Más adelante es una ficción.
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