25 de abril de 2011

Sabados

Desde que era niño, los sábados fueron mis días favoritos. Tal vez por el hecho de ser el primer día del fin de semana en los que no tenía nada que hacer. Salía a jugar con mis amigos, iba a visitar a algún familiar, o simplemente me quedaba en casa jugando solo o con mi hermana. Luego, cuando dejé de ser un niño, digamos que en la adolescencia, los sábados me gustaban porque eran los únicos días donde no me sentía obligado a nada. Ustedes dirán que los domingos también, pero no. Lo que sucede con los domingos es que nunca me han gustado, y por más que no tenga ninguna obligación, el solo hecho de saber que es domingo ya me aburría, hasta ahora. Quizás el día que le encuentre alguna actividad a este día lo disfrutaré.

Volviendo a los sábados, ya en mis días, significaban olvidarme de todo lo que me habría podido pasar en la semana y solo tirarme en mi cama, ordenar las cosas de mi cuarto, escuchar música, estar solo en casa, y disfrutar de ese día. El domingo lo utilizaría para las tareas (cuando las hacía) y para volver a acordarme de todo y renegar si es que era necesario.

Pero siempre quise salvar a los sábados de esa carga. Incluso cuando empecé a trabajar y los sábados habían dejado de ser un día libre. Me gustaba ir a trabajar los sábados, no sé por qué. Me parecían días tranquilos, donde nada podía salirme mal. Sábado, para mí, era sinónimo de felicidad, o algo así.

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